Aldeias Históricas de Portugal

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Idanha-a-Velha

De la antigua ciudad romana, la civitas Igaeditanorum, se conservan numerosos vestigios entre las modestas casas. Un templo coronando el forum, algunas casas con patio e incluso un amplio edificio termal público han sido identificados en este meandro dibujado por el río Pônsul. Al final del Imperio, una ciudad en transformación, amurallada, adoptó una nueva religión, y de esta remota época se conservan dos baptisterios (piscinas en las que se realizaba el bautismo). Entre ambos, la catedral (iglesia de Santa María), magnífica síntesis de la intensa historia de esta antigua ciudad, hoy aldea histórica.

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Enclavada entre el río Pônsul y tres suaves colinas, encontramos la modesta Idanha-a-Velha. Bajo su humilde trama urbana se esconden las ruinas de una ciudad con una larga historia. Fundada por los romanos a finales del siglo I a. C., fue oppidum stipendiarium en época de Augusto y recibió el título de civitas Igaeditanorum entre el 69 y el 96 d. C. (reinado de los Flavios), momento en el que sería ascendida a municipium. La actual aldea permite vislumbrar, aquí y allá, los vestigios de esta ciudad romana. Del centro monumental de la civitas, el forum, se conserva el podium del templo, el cual se supone que estaría consagrado al culto imperial. Se asentaba en una plataforma soportada por un criptopórtico del que se conservan importantes vestigios. Y sobre el viejo templo, en época medieval, se construirá la torre templaria. De las casas de la ciudad se han identificado algunas que integraban un patio central, cuya memoria se ha preservado en los dibujos existentes en el suelo junto a la Puerta Norte. Bajo la antigua oficina de turismo, y junto a la antigua catedral (iglesia de Santa María), fueron surgiendo las alineaciones de otras domus; en una de ellas, ubicada bajo el Archivo Epigráfico, se puede visitar hoy en día el peristylum (patio central) decorado con frescos. Fuera de las murallas tardías (siglos III/IV d. C.), son visibles los restos de unas termas públicas y del puente sobre el Pônsul. Esta es la muralla, construida con columnas, epígrafes y frisos de la ciudad imperial, que hoy en día podemos visitar. Tenía torres circulares y al menos dos puertas, la Norte y la Sur, esta última recientemente redescubierta. Poco después de la construcción de esta muralla, la ciudad y su territorio se integraron en el reino suevo. A mediados del siglo VI se crea la diócesis de Egitania, nombre con el que la ciudad pasa a ser conocida. En 585, con el fin del reino suevo, comienza el reino visigodo, con el que la ciudad mantiene alguna vitalidad. En el año 715, Egitania será tomada por los musulmanes, si bien no está claro que se hayan establecido aquí. Pero su posición clave a medio camino entre el mundo cristiano y el musulmán le proporciona una importancia estratégica, que se ve reforzada por la calzada romana que va de Mérida a Braga. Pronto experimentó los rigores militares de la Reconquista, aunque solo fue tomada definitivamente durante el reinado de Sancho II, que le concede un fuero en 1229. Poco después es donada a los templarios, que mantendrían su tutela, una medida destinada a mantener la organización —y el asentamiento— de este territorio. Le sucederá la Orden de Cristo, a la que pertenecerá hasta la extinción de esta en 1834. En la época de los templarios, la consolidación de la frontera este con Castilla cortó la antigua calzada romana, que había otorgado una importancia estratégica al lugar desde la antigüedad. La ciudad se vio irremediablemente aislada y, en el interior del nuevo territorio, que formaba parte del reino portugués, se sucedieron los fracasos para establecer un asentamiento, por lo que la ciudad agonizó. En 1510, el rey Manuel I atribuye a la ciudad un nuevo fuero, simbólicamente representado por su picota, en el que era designada ya como Idanha. En 1762 todavía era una villa, integrada en la comarca de Castelo Branco. En 1821, se convertiría en la sede de un pequeño municipio, extinguido en 1836, que pasa definitivamente a formar parte del municipio de Idanha-a-Nova. En el siglo XIX se produce la apropiación individual de tierras de la Encomienda y la formación de algunos latifundios; entre ellos, el de mayores dimensiones será el de la familia Marrocos, que incluía, en su totalidad, a las personas y casas de la ya por entonces pequeña aldea. El aislamiento al que es sometida lleva a que se conserven muchos de los principales puntos de interés, y, gracias a ello, hoy en día forma parte del selecto grupo de aldeas históricas, junto con la aldea de Monsanto. Su integración en la red AHP (Aldeas Históricas de Portugal) impulsó su rehabilitación y valorización. Las intervenciones tomaron como punto de partida el patrimonio construido a lo largo de diferentes épocas, combinando un lenguaje arquitectónico contemporáneo en claro contraste con los vestigios remanentes, convirtiéndose así en un punto de interés más para quienes visitan la aldea. Un aldea histórica sabiamente adaptada para los que aquí residen y para los que la visitan.

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